domingo, 24 de mayo de 2009

Un domingo matinal

Saint-Emilion, Francia

Sunday Morning

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viernes, 22 de mayo de 2009

La soledad

Donostia, España

The Solitude

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martes, 19 de mayo de 2009

Adiós Poeta

En un lugar del mundo

Good- Bye Poet


Aquel día y aquella noche no fue un simple día o una simple noche de domingo. Había sido un presagio. El día me había durado entre los placidos conciertos de Las cuatro estaciones* y las tristes vidas de Paraíso Travel** y las mentiras de Ángeles y Demonios***. El encanto del concierto de la primavera sonaba con tersura todavía en mi memoria, pues aún no había llegado el verano, tiempo de llegada del Poeta en la tierra de Cervantes. El difícil exilio del emigrante, que viaja con el temor del despojo y con el inagotable sueño de la esperanza, por sendas tenebrosas que aniquilan el porvenir de muchos, pero que para el Poeta fue el agua de su vida y fuente de inspiración. La gloriosa silla de Pedro el pescador, por cual se lucha con la violencia del artificio y la codicia terrenal, había hecho que el Poeta se decepcionara de su iglesia y perdiera la ilusión que da la calma interior de creer en Dios.

Fue un domingo en la tarde en su ciudad natal y un domingo en la noche en su ciudad del exilio cuando llegó la inevitable noticia. El porvenir de su pasado le había llegado. Estuvo siempre a la vigilia de este eterno pasajero quien lo esperaba desde siempre. Ahora su verano madrileño no le llegaría esta vez y nunca más. Nos quedaremos con el porvenir de sus poemas y con su ausencia presente. Se retira de este mundo cuando sus agrias y certeras críticas del Esperpento del Norte se nos había hecho realidad. ¿Quién nos queda ahora para recordarnos de las injusticias de los buitres de la globalización? ¿Quién nos recordará el espanto del Imperio?

Me llegó la noticia de su muerte el domingo pasado, día en que los cristianos alaban al Dios del Poeta ateo, mientras sutilmente escuchaba el soneto en tempo largo en Mi Mayor de La primavera de Vivaldi. Las delicadas cuerdas me evocaban imágenes delicadas del florecimiento de un prado esparcido por flores del Poeta y sus poemas de violines y amores que me enseñó aguardar el corazón. Nos dejó con sus andamios y su vivir adrede y su buzón del tiempo, pero también con el amor, las mujeres y la vida. Nos desamparamos ahora con la ausencia física de un hombre sincero y seremos más triste por ello. Viviremos en sus poemas. Adiós Benedetti: y nos alegra saber que lograste lo imposible: domar tu desexilio.

Nota: * Conciertos de Vivaldi; ** film de Simon Brand; *** filme de Ron Howard

lunes, 18 de mayo de 2009

El trigal de las encinas

Castilla-La Mancha

The Wheat Field of the Oaks

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miércoles, 13 de mayo de 2009

España, Francia

Cuenca, Castilla-La Mancha

Poitou-Charentes

Spain, France

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miércoles, 6 de mayo de 2009

Adiós París

Rue de l'Amiral d'Estaing, París

Good-Bye Paris

La memoria es recordar aquello ya visto o leído o escuchado. Tenemos memoria también de los olfatos, de los sentimientos y de los sueños. ¿Pero es esa memoria real? ¿Recordamos con exactitud nuestra memoria? ¿Es todo recuerdo una ficción? ¿Hasta dónde podemos recordar sin plasmar nuestros deseos en estos recuerdos?

Estas vicisitudes nihilistas son inquietudes que todos de una manera u otra nos planteamos a diario sin percibir las consecuencias de ello en nuestro devenir diario. En mi caso evoco tales reflexiones al dejar una vida, una década, un mundo foráneo a mis raíces. Desde una nueva lengua que debía aprender (y que aprendí), hasta adentrarme en el mundo de la cotidianidad, de ir de tiendas, comprar el pan recién salido del horno, tomar el café con la prensa del día, mientras mi mirada también se deslizaba en el ir y venir de la gente por las aceras sucias de colillas de cigarrillos y de la fetidez de la caca de los perros parisinos y del olor alcohólico de los beodos que yacen sobre sus aceras.

Mis imágenes de visitar librerías y galerías y de revisar con minuciosidad los anticuarios y mi recuerdos olfativos de estantes repletos de recompuestos objetos viejos con alma de antigüedad, los iba recuperando mientras andaba por las calles de un París que no llegó a ser nunca mío. Fatigaba los brocales con imperiosidad y sin fatiga. Veía todo cómo si fuese la última vez que estas imágenes serían mías. Capturaba la hermosura silueta elegante de la mujer francesa y su exquisito olor a jazmín.

Me paseé por plazas que había frecuentado con esmero, porque allí estaban cerca de mi entorno. Una de ellas, y cuya plaza me dejó intrigado, debido al porqué de sus extrañas estatuas de hombres sin relevancia alguna suficiente para ocupar tan importante espacio parisino, Place des États-Unis. Otras, Place du Venezuela, con su derruida y anteriormente hermosa obra de Cruz-Diez, o la Square Lamarthine, con su fuente de agua que abastece a los vecinos de agua natural en pleno corazón de París. Y no muy lejos de allí, a cincuenta metros, una escultura de Rodin que conmemora a Victor Hugo; y que una pequeña calle que llevaba su nombre fue mi primera dirección en París. Rememoro también que en los otoños invernales los árboles con sus rojizas hojas amortiguaba entrañablemente el recorrer del paso de mis pequeños hijos que extrañaban en sus recuerdos el país que les había obligado a dejar.

No menos es recordar mis encuentros furtivos de mis sueños de amor en la pirámide invertida de Pei, mientras suspiraba con el recuerdo del frágil y blanquísimo cuerpo que abracé y del dulce sabor de hierba carmín de los carnosos y finos labios que besé bajo la atenta mirada de los ojos de La Scapigliata de Leonardo, que había despertado el amor truncado por el tiempo.

Fue en Francia donde murió el genio. Fue en Francia donde dejó La Gioconda. Fue en Francia donde me encontré a mí mismo y recobré la pasión de amar. Las letras me fluían con desespero y la lente de mi cámara atrapaba imágenes nuevas. Mi biblioteca aumentaba con rapidez y mi temor a una biblioteca de Babel felizmente no se cumplió. Masajeaba con sutileza los tomos que engrandecían mi memoria. La Radio classique y sus programas de tertulia me aportaban las sutilezas de la Francia culta verbal.

Esto ha sido París y ahora me despido de ella. Volveré espontáneamente y seré un turista más. Dejaré atrás la parsimonia de mis pasos. Las aceras de esta ciudad serán una trotadora que me comerán mis pies. Apenas habrá tiempo para asistir al teatro, al cine, a la Biblioteca Mitterrand con sus tiendas para cinéfilos, para tomar el té en Mariage Frères, para hojear libros en Galignani, o pasar la tarde en el Café Victor Hugo y escuchar el espiritual tañido de las campanas de los monjes monásticos de Belén, o divagar en la historia mientras me tomo un champán acompañado de foie gras en Scossa, lugar que frecuentaban los nazis durante la ocupación de París (con esto quería sentir, para jamás olvidar, la barbarie humana), o desde la terraza del Hotel Raphael divisar el edificio donde se firmó el Tratado de Paz de Vietnam. O visitar el Instituto del Mundo Árabe y el singular Museo Dapper con su indómito café. Espero en mis regresos tener también el tiempo para desayunar delicadamente cruasán y mantequilla de leche cruda con mermelada de albaricoque y café con leche con espuma y un zumo de naranja natural sin faltar el camembert-fermier.

Me despedí entonces de París y me llevé conmigo una serie de libros y que ahora estoy en plena lectura. Los dos últimos de ese complejo racimo de cultura se titulan: Les Secrets du Vatican de Bernard Lecomte y Le monde d’après, Une crise sans précédent de Matthieu Pigasse y Pilles Finchelstein. Estos temas son ejemplos de las inquietudes intelectuales de los franceses. Y esto es algo que me llevo conmigo y que cambió mi forma de valorar el mundo y el tiempo luego de vivir 10 años diciéndole siempre adiós París.

Y ahora, hoy mismo -a las 10:30 horas-, mientras me despedía mentalmente de París, me apresto a vivir y a acariciar los sentimientos de ser español: de ser europeo. Y por ello seré también parisino. Pero antes debo olvidar para poder recordar.