sábado, 17 de marzo de 2007

Contemplación

Eclipse Total Lunar. Madrid

La noche del 3 de marzo ocurrió un suceso maravilloso (aún en este siglo XXI se puede uno maravillar a pesar de todas sus irreverentes revelaciones científicas) que observé en la penumbra del oscuro cielo con sus brillantes constelaciones de estrellas y la esplendidez de su luna llena, sucedió lo inevitable, lo programado: la luna perdió su brillo con pronta lentitud, transformándose en una blancura de blanco arena vislumbrándose de una sola vez en tres dimensiones (como si fuera “instantes distintos” –como escribió Borges en su prólogo de “La historia de la eternidad” ), y la cual pendía en la nada, tornándose en minutos de una hora de un rojizo color granate; asumiéndome en una silenciosa y perpleja contemplación del vasto espacio infinito.

Este inusual eclipse que no abandonará mis recuerdos ni mis sentimientos de soledad universal es lo que he tratado de capturar con mi cámara fotográfica digital. Confieso que soy nuevo en esta novedad instantánea digital (ni mis polaroides son tan instantáneamente expeditas) y que contrasto con la bella lentitud de la película y la oscuridad del laboratorio fotográfico, su olor de químicos y el correr del agua, el surgir ante uno finalmente la magia de la imagen fotográfica en un papel mojado; aún así, no por eso dejo de admirar esa irreal imagen manipulable al extremo que se postra ante el frío monitor del ordenador, el cual no me es menos deslumbrante que el agua donde se devela la fotografía que se impronta de un negativo.

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