miércoles, 25 de junio de 2008

Antonia y las cigüeñas

Alcalá de Henares, España

Antonia and the Storks

Como todos los años (desde hace tres años) salgo hacia la tierra donde yace lo real de mi memoria. Mas antes de llegar aterrizaré primero en tierras foráneas de recuerdos pasados y futuros. Llegaré al encuentro de una niña a quién no conozco pero que siento conocer desde hace más de treinta años. 30 años han pasado y la recuerdo como ayer. Recuerdo claramente que el día de su nacimiento la vi envuelta en una sabanita y desnuda en manos de una enfermera. Para entonces el secreto era difícil de desenmarañar y solo la verdad de su sexo se sabía al momento del nacimiento. No faltaría sino unos pocos años más para hacerse de la certitud de tan único acontecimiento.

Mientras sabía que la niña llevaría el nombre de Antonia. Salí con la felicidad acuestas y apenas tenía una hora más para llegar a la joyería y comprar mi primer regalo a mi hija. Eran unos pequeñísimos zarcillos de oro. Había que estampar el sexo en mi bebé. Era una niña hermosa y a quien sostenía en mis brazos sin pudor proclamando el gozo espiritual de tranquilidad. Había nacido en mí el insuperable amor de padre. Han pasado ahora treinta años y ahora mis recuerdos regresan con ímpetu. Mi hija sigue siendo una pequeña niña en mis sentimientos y mi amor hacia ella es irreversible.

Anteayer crucé el Atlántico y llegué a las costas de América. Vengo a ver a Antonia. A pesar que han pasado treinta años todavía el tiempo de cruce es el mismo que entonces. En nada hemos avanzado en la comodidad del viajero salvo en los artilugios para los que tienen la dicha de poder pagarse un pasaje en la cabina delantera del avión. ¡Ah!, olvidaba que el espacio inmobiliario también diferencia entre los viajeros delanteros y los pasajeros de atrás. Pasé más tiempo de lo usual en traspasar los infames y deshumanizados controles migratorios. Ahora iguales en ambos lados del océano. Aunque en el honor de la verdad tanto en Europa como en este lado del Atlántico el tufo de xenofobia arde como el calor del pueblo de Sásabe. Solo la inquietud de ver a Antonia me ayudaba a mantener la cordura de este infame tiempo de espera.

Finalmente cogí mis maletas y salí al encuentro. 30 años han pasado y ante mí estaba Antonia. No la veía pera la sentía pues era inquieta. Todavía no está totalmente preparada para enfrentar el mundo mas es solo cuestión de días. Recuerdo que treinta años atrás cuando vi a Antonia que por primera y única vez y que por escasas horas se le conocería por ese nombre. 30 años habrán pasado y ahora Antonia será Antonia y mi hija Gabriela Antonia, que perdió su nombre de Antonia, será madre y yo abuelo de Antonia. Y para eso están las cigüeñas.

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