Verano en la Bahía Vizcaína
Summer in Biscayne Bay
Apenas había llegado el final de la tarde cuando irrumpió una tenaz lluvia huracanada que oscureció de pronto la vista de mi ventana que no lograba siquiera ver las hojas de los matorrales más cercanos. Entre el inquietante ruido del agua que salpicaba en los techos de aluminio se entrecruzaba aún con más fuerza el estremecedor sonido de los rayos que surcaban el impenetrable cielo con su impasible luz.
No habiendo terminado el efervescente tiempo me asomé con prudencia en mi balcón y me asombré al ver la inusitada luz que modificaba con impaciencia el panorama del infinito mar. Sus destellos se entrecruzaban con el sonido de los incansables truenos. El sol se había sepultado mientras una densa capa de nubes encubría todo lo que mi vista alcanzaba a ver. No obstante la sibilina luz permeaba su colorida transparencia cubriendo la naturaleza con un manto de color magenta.
Puse en marcha el coche recién comprado de mi hijo y fatigué las anegadas vías del Rickenbacker Causeway con ánimo de descubrimiento. La prudencia del recorrido me invitaba a observar con detenimiento la lujuria de los frondosos árboles y de la naciente luna llena. Los parques se habían vaciado y sus puertas cerradas impedían el paso a quienes osaran traspasarlos. Ya había cesado la mortificación del cielo y con ello comenzó mi aventura de recorrer las bifurcaciones de la SR913.
El huracán Berta tocaba lejanamente los albores de la costa. Todo indicaba que este mes de julio la isla escaparía los tormentos de los poderosos vientos de los huracanes del Atlántico y del Caribe, mas se viviría con intensidad las intempestivas depresiones tropicales. Hoy no era un día de estos, pero sin embargo, la rudeza del innoble tiempo me hizo sentir que el verano en esta otra bahía vizcaína –lejana de su original en el mar Cantábrico- era generador de su propio microcosmo y de sus propios olores y colores. Como los es todo en este vasto continente americano.
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