lunes, 25 de agosto de 2008

El infame de Miraflores

Urbanización Guacay, Baruta

The Infamous Resident of Miraflores

Esta crónica es tan fidedigna como mis recuerdos.
(Pido paciencia a mis lectores por usurpar su tiempo en banalidades políticas.)


Ramonet Chalbaud entre sus bondades posee la bendición de la observación. Es un poeta de la palabra y de la imagen. Ronda los cincuenta años de edad y la palestra de la vida le ha mostrado la erudición de la paciencia y los entresijos del engaño. Además es un ávido lector de relatos y crónicas periodísticas de principios del siglo XX y cree que el presente escrupulosamente se replica cada cincuenta años y de manera sucesiva. En nuestro encuentro conversamos sobre los relatos de Zweig y las crónicas berlinesas y parisina de Joseph Roth y sobre la inaparente motivación de Roth para suicidarse. RC -como se le conoce en los círculos intelectuales de su país- insistía que la desilusión de Roth sobre un mundo que desoyó las claras advertencias de su pluma sobre la eminente llegada del fascismo y su vertiente más asesina, el nazismo, fue catapulta de su desesperanza y de su suicidio. Se desencantó con un capitalismo deshumanizado y mentiroso y un socialismo dictatorial. Me advirtió que el mundo ahora mismo camina lo mismos senderos de esos años cuando Dios olvidó a la humanidad.

Me habló de su pequeño país que transita las sendas de la autocracia y del mundo y la ficción de la democracia. Me empezó a describir sobre su reciente viaje por países que enarbolan la bandera de la democracia y oprimen en su nombre a pueblos extranjeros para enriquecer a sus políticos y allegados y de su país que oprime a su gente en nombre de una revolución socialista. Su relato comienza así: (y es textual, pues recibo de él copia de su artículo publicado en una oscura revista de pensamiento libertario -Libre pensée- ; fechado 15 de agosto de 2008.)

Juzgar con sabiduría las bufonadas y las complejidades de los aspirantes a dictadores y sus delirios de grandeza y sus diabólicos gestos del engaño es un acto de funambulismo. Intentaré aproximarme a tal exasperante realidad. Al llegar al aeropuerto internacional mas cercano del Miraflores de la "revolución" me encontré con un modernísimo complejo aeroportuario que hace contraste con raídos edificios aledaños que me es difícil no pensar que no haya desengaño en el pueblo por dejarse consumir en el incauto encanto del populismo.

Luego de un año de precavida ausencia me hallé con un país incontrolado en sus emociones y en sus dispendios y cegado por el facilismo económico y por la desenfrenada corrupción. A un prosaico jefe de Estado que se aferra a anclas corroídas que lleva al país por el derrotero de un incierto futuro. Me encontré además con una ciudad capital carcomida por el tiempo y por la desidia de sus gobernantes y habitantes que se han negado a sí mismo un ambicioso futuro.

La autovía que me llevó desde el aeropuerto a la ciudad sube ferozmente desde el nivel del mar a más de 1000 metros de altura recorriendo kilómetros de túneles y que se abre paso por una profunda vegetación empapada por el manto del rocío vespertino. Los suaves rayos del sol pululaban como una danza tropical. El intenso calor del Caribe se desvanecía sutilmente durante el recorrido y otro extraño calor lo sustituía. Después del segundo túnel y de haber pasado dos largos viaductos -que aún cincuenta años luego de su construcción son muestra del modernismo de este país- miro la realidad de la pobreza violenta que hostiga el país: el nido de las miles de miles de casitas con tejados de latón y pisos de tierra donde habitan una mayoría de sus habitantes. Al margen de la autopista salían de estos agitados cerros un enjambre de gente a recorrer a pie los senderos de la ciudad. Muchos transitaban en motos como avispas sanguinarias en una tórrida noche caliente. Otros esperaban pacientemente subirse a autobuses desvencijados.

Finalmente, y luego de traspasar un tercer túnel, se abrió enfrente de mis ojos otros sempiternos cerros de miseria humana repletos de inocentes niños que jugaban con sencillos juguetes de cartón y hombres de torsos desnudos quietamente sentados sin aparente oficio y mujeres envejecidas prematuramente con críos a cuestas. Al final de este laberinto túnel se contrasta esta lúgubre escena humana como un perenne accesorio fijado a esta ciudad de rascacielos y autopistas que forman sus arterias y sus tentáculos donde fluyen una enorme riada de perseverantes infinitos vehículos. Cientos de modernos centros comerciales comparten sus ventas con las baratijas de los buhoneros que se asientan en un desorden sin ley en esta ciudad de nadie. El metro subterráneamente crece vertiginosamente extendiendo la violencia con su cordón umbilical a confines desproporcionados. La ciudad tiene como trastienda una asombrosa cordillera de altas montañas cubierta de una densa selva donde habitan todo tipo de animales y sorpresas. Es el pulmón y el escape hacia los sueños de esta atormentada ciudad. Se mira a ella para fantasear con una vida diferente a la hegemonía de la violencia y para los mayores recobrar sus recuerdos de la ciudad señorial que fue en un momento glorioso de su historia.

Con solamente una escasa semana para adentrarme en las sutilezas de lo que no se ve de la política me dirigí a uno de los incontables quioscos de prensa que se yerguen sobre sus fatigadas aceras. Allí me compré decenas de periódicos y revistas que se publican en el país y que fue mi bastón para enterarme de la sulfurosa politización que corroe la vida del país. La libertad de la prensa escrita todavía permanece resistente al totalitarismo en un país contaminado por la propaganda política. Mas no puedo opinar lo mismo del espectro televisivo donde el gobierno es propietario de una vasta mayoría de estaciones de televisión, así como sutilmente se autocensuran el contenido en dos de las únicas tres televisoras independientes, que coexisten como una dolorosa pus de malolientes cuerpos. La radio vive un esplendor crítico y mucho de sus programas ironizan sobre el desvarío emocional del presidente y de su pueblo.

La cultura no ha escapado del afán de control y ha sido trastocada metafóricamente su virginidad creativa al exigírsele un alineamiento con el pensamiento revolucionario. Mas lo más simbólico ha sido la ofensiva de asirse de los ateneos nacionales. El afán de callar a una incomoda disensión intelectual ha llevado al gobierno a desgarrarse de sus raíces democráticas para adentrarse en el pozo del totalitarismo. La cultura se siente agonizar con el inconsolable paso del tiempo mas todavía resiste. Quedará en la revolución solamente la vasta mediocridad del poeta sin versos y del artista con pinceles sin uso.

Mi iluminada estadía fue propicia para mirar el inexorable sendero del absolutismo político. Inesperadamente se decretó veinte y tanto leyes orgánicas afectando intempestivamente de raíz las costumbres de esta nación suramericana. Estas leyes han sido una oda a la avaricia y al egoísmo. En ellas se justifica la expropiación por el simple deseo de poseerla. El gobierno revolucionario además se creó para sí misma una milicia pretoriana que entre sus funciones tienen la gestión de la custodia de elecciones y de la permanencia en el tiempo de su iluminado líder.

Esta horripilante conjura es producto de un militar ancorado en el odio y en la ignorancia de lecturas de párrafos y de conversaciones con derrumbados personajes dogmáticos. Estas amalgamas de vetustas ideologías han sido tomadas por este fanático hombre como suyas y pretende aplicarlas someramente al país para seguir sometiendo al sumiso pueblo en su malévolo encanto y el confuso peso de su bota militar.

En menos de un año este infausto personaje ha empobrecido el sistema económico (mas ha enriquecido corruptamente a sus acólitos) con su demoledor afán de destruir la antigua oligarquía para sustituirla por la de su grey. Se convirtió en un audaz perverso gobierno que asfixia la libertad y que menosprecia al pueblo haciéndolo en simples receptores de dádivas. Mantiene al país al borde de un ataque de nervios.

Sería soberanamente injusto de mi parte atribuirle la total responsabilidad de la infamia a los gobiernos sucesivos del país. El espejo es inquietante y el fondo del reflejo no oculta la verdad. La paternidad es abominablemente de todos. Por un lado habemos de la irresponsabilidad de la oposición política que se vendió a los intereses de gobiernos extranjeros malvadamente y por el otro la responsabilidad del pueblo que con su voto concretó en dos ocasiones las aspiraciones de un mediocre personaje.

Estaba por acabar mi visita a este castigado país cuando cogí el coche y salí de paseo muy temprano por la mañana. Deseaba recorrer con lentitud las calles de las urbanizaciones y barrios. Era un sábado durante el crepúsculo del alba pues los azotes de barrio y asaltantes de caminos ya se han recogido. Dispuse buenamente de mí cámara para encuentros fortuitos. Miré con agrado placidez el lento paseo de las nubes por la falda y por los más alto del Naiguatá. Apenas había ruido de ciudad y el cantar de los pájaros mantenía su reinado matinal.

Abatía con lentitud una tranquila lluvia que iluminaba como prismas el encanto de las infinitas flores amarillas de los araguaneyes. A mi izquierda miré a uno de ellos que reposaba caído sobre el triste asfalto de un país sometido a la inclemencia de un villano. Recordé la historia y me dije: “El fraile Bartolomé de las Casas pidió cambiar la esclavitud de los indios por la esclavitud de los negros (y fue considerado un filántropo) y ¿el pueblo exigió cambiar qué por qué?” Por ahora habemos el árbol nacional desgarrado de sus raíces que yace sobre la honda cicatriz de la historia del país.

Mientras divagaba en mi último día en este lujurioso país sentado en un extensivo balcón mirando sobre el inconmensurable panorama de los enormes picos verdes de la Cordillera de la Costa recordaba con justicia literaria el libro del inigualable Borges, Historia universal de la infamia, que es una serie de inusuales relatos biográficos y anecdóticos de hombres malévolos y viles. Son esplendidos relatos sobre el sórdido mundo de la infamia.

Ahora prefigura un naciente personaje y un nuevo relato para la nunca acabar historia universal de la infamia: la titulé en mi mente, El infame de Miraflores, un hombre que defraudó a un pueblo que pedía más democracia y menos tiranía y que recibió a cambio a un basto tirano en nombre de la democracia. Y con miedo de quedarme atónitamente mudo exclamé con la fuerza del aullido del cunaguaro mirandino: "¡Qué triste están las calles y qué triste están las casitas de los tejados de latón!"