miércoles, 4 de marzo de 2009

Cultura visual

Perpiñan, Francia

Visual Culture

La semana pasada, realmente la antepasada pues era un sábado, cogí carretera rumbo a Suiza, a Ginebra propiamente. Llevaba la ilusión de una visita muy especial. Mas desde Madrid a Ginebra hay más de 1.300 kilómetros de distancia. Salí tarde ese día y la vía me llevó por Barcelona y cruzar la frontera de España por Girona y llegarle a Francia por Perpiñán. Fue por esta carretera, que pasa ineluctablemente por Aragón, donde visualicé el Meridiano de Greenwich, y que en mi retorno logré captar fotográficamente. Continué la carretera a pasos menos veloz que de antaño. Recordé que con el paso del tiempo muchas cosas se aceleran (la sensación del tiempo mismo), la banda de conexión de la Internet, la voz telefónica, las noticias, los trenes, la indigestiva comida basura, los amores, otras por la mano férrea de autoridades con exceso de tiempo en sus manos, te obligan a recortar velocidad. El viaje en coche es uno de estos anatemas contemporáneos. Hace unos 10 años se podía viajar por carretera a velocidades de 160 kph o más sin preocupación de ser multados. La tecnología y la avaricia y el afán de legislar por legislar, introdujo novedosos sistemas de aparatos de radares que son, unos de manera automática y furtiva, vigilantes día y noche de posible infractores, que expeditan boletas de infracciones a ritmo industrial, y otros son juguetes de policías sin oficio, apostados en carreteras cazando a chóferes que ruedan por carreteras casi desérticas con el ánimo de imponer su autoridad que no ejercen ni en sus casas ni con sus compañeros policías.

En este largo, más bello viaje, por carretera me permitió divagar sobre la economía y el estado de salud de nuestro mundo. El reloj del tanque de gasolina de mi coche a medida que recorría las autopistas y conjuntamente con el ordenador del coche me indicaba con certeza cuántos kilómetros más requería antes de repostar. En cada reposte pensaba en la contaminación (y el excesivo esfuerzo de mi billetera) de este combustible y mi desafortunado aporte a esta gangrena mundial. Mi pensamiento divagaba sobre la posibilidad de coches eléctricos que vayan cargando sus baterías por sí mismas o por paneles solares, consumiendo una ilimitada energía limpia y renovable. Entre España y Francia empezaba a ver el futuro de una energía limpia. Por doquier se ven parques de molinos de viento que producen millones de millones de kilovatios de electricidad eólica.

Estos molinos de viento son ahora parte esencial del panorama visual de los campos franceses y españoles. No todo el mundo está amablemente convencido de las bondades de estos gigantes molinos aparcados en desérticos campos y en montañas lejanas. Ahora se aprecia una conflictiva discusión sobre el tema de la contaminación visual de la naturaleza y de la contaminación sonora de las aspas de estos hacedores de energía renovable y limpia. Es indudable que la naturaleza se modifica visualmente con esta intromisión de la tecnología y que muchos paisajes dejan de ser los mismos que de antaño. Pero lo mismo ocurrió con las antenas de televisión y con las antenas parabólicas. Lo mismo había ocurrido con la aparición de los coches y sus autopistas construidas a través de montañas que modifican la naturaleza permanentemente. Ahora son parte de nuestra cultura visual y sonora. ¿Lo serán los molinos de viento?

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