martes, 27 de enero de 2009

Mi amor ruso


My Russian Love

Rusia se me evoca como imagen en los fotogramas del film Dr. Zhivago. Recuerdo la emoción que sentí cuando vi por primera vez (y que no se me evade todavía al verlo nuevamente) los bellos y suntuosos personajes con sus exquisitos abrigos de piel y la felicidad del amor y de las hermosas riqueza de sus palacios. El inconsolable frío con su singular belleza predecía la caída de un corrupto sistema monárquico y el desquiciamiento de una sociedad opulenta y privilegiada que pululaba alrededor del poder monárquico totalitarista. Para imponerse otro tan desgarrador y opresor que sumergió a una Rusia imperialista en una sociedad aún más perversa. Inclusive el amor sufriría los rigores del dogma de la Revolución Bolchevique.

Mi primer encuentro con Rusia fue con Dostoievski y su novela Los Hermanos Karamazov y la imponente lectura de sus complejos personajes y cuya vida de éstos reflejan los conflictos morales y espirituales que aún hoy permanecen en nosotros. Recuerdo la agotadora lectura de sus casi novecientas páginas. Para no perderme en la sempiterna numeración de sus personajes acoté en las últimas páginas del libro los nombres de los personajes y la relación entre ellos. Inclusive escribí cómo si fuese un breve tratado de cada uno de los principales y secundarios personajes. Para entonces, cómo ahora, la lectura de esta novela me introdujo a la complejidad de la literatura rusa, reflejo de una sociedad que estaba al borde del abismo existencial.

En el tiempo hube de breves encuentros con la literatura rusa al leer Un día en la vida de Iván Denisovich y Archipiélago Gulag de Aleksandr Solzhenitsyn en plena Guerra Fría de los años setenta, que sirvió como apropiada propaganda política para desfrenar el sentimiento anticomunista y antisocialista de la época, en vez de atacar solamente al ineficaz sistema comunista dictatorial y criminal de la Unión Soviética así como el de Cuba y de la China. Y el imperio capitalista en nombre de estas políticas atacó con todas sus fuerzas militares al noble pueblo nacionalista de Vietnam. Esta conjetura trajo consigo la ceguera de no ver las bondades del socialismo en todas sus vertientes -socialdemocracia, democracia cristiana, partidos laborista, partidos verdes, entre otras inclinaciones- y en consecuencia se impuso un sistema económico neoliberal que ha llevado a los países de Occidente al despeñadero social y económico.

Durante esos mismos años descubrí casualmente la filmografía de Andrei Tarkovsky con su exuberante fotografía y su indiscutible drama que lleva a su cinematografía a estar más cerca de la literatura y de la poesía que del cine. En La infancia de Iván vemos paisajes de abedules que flotan mágicamente frente a la cámara mientras la cortejada Mariíta corre por los bosques de un campo de batalla que de lejos se escucha el fuego de metralletas entre soldados de la Alemania nazi y el ejercito soviético. La singular belleza del paisaje se nos muestra en su totalidad con las tersas astillas de blancos y oscuros troncos que llevan todavía sus ramas desnudas y desfiguradas por temibles fuegos de artillerías. Extrañamente tal situación de lo peor del hombre, la guerra, Tarkovsky nos presenta un filme que no se festeja el patriotismo sino nos presenta la maldad y el horror de la guerra en contraste con la perfección de la naturaleza.

Sin saber aún que mis desvaríos de juventud me llevarían a acercarme a una siempre Rusia desconocida, pues mi afán en ella era en lo político y en el arte fotográfico y en el dramatismo íntimo de contar historias mediante la cinematografía de Tarkorvski y la literatura de Dostoievski y el relato de Pasternak plasmado en la pantalla del cine. Siempre hube el interés de visitarla pero jamás una oportunidad se me presentó. El espejo, filme intimista de Tarkovski, es una obra de un simbolismo poético que conjuga el pasado con el presente en un juego surrealista donde el espejo refleja al otro como el otro se es visto por quien se refleja. Y mientras este juego de reflejos en pleno frío invernal con paisajes cubiertos de una pura nieve, se me apareció repentinamente (al igual que en El espejo) y no fugaz, una blanquísima pelirroja, reflejo de mi encuentro con una novelada Rusia que no he departido de ella después de más de treinta años de torbellinos nevadas.

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