martes, 15 de abril de 2008

Confesionario


Confessional

Los hay de 287€, es decir, pret a porter, ¡claro! son de escasa atracción, éste (el que vemos en la fotografía), por su emplazamiento está evidentemente fabricado a la medida. Hasta en materia de Dios se observa la diferenciación del dinero. Pero no es este el tema que deseo abordar, sino el acto de confesión en sí mismo y su significado.

¿Qué impulsa a la gente a soltar sus secretos ante un desconocido? ¿O ante su confesor como en tiempos pasados cuando la Iglesia con sus preceptos dominaban la vida de los feligreses? Confieso que no me confieso ante nadie y menos ante mi mujer durante un embate de celos. (Sería extremamente peligroso.) Sobre la confesión en un confesionario no tengo recolección de cuándo fue la última vez que había expiado mis pecados ante un sacerdote. Mi vaga memoria recuerda cuándo hube pasado por tal penuria había olvidado el Credo y por tanto balbuceaba ante el cura tal oración haciendo énfasis en Amén. Así me aseguraba el perdón del sacerdote, pues recuerdo todavía no había sentido en mi mano la frondosidad del sexo de la mujer, que yacía para entonces en mi imaginación y en el disfrute de la soledad de mi avaricia sexual, por el cual recibí la reprenda del cura y su absolución y la penitencia de 7 Padres Nuestros y 3 Credos.

Pero el acto de confesión es algo que va más allá del hecho de recibir el perdón de Dios por los pecados cometidos. Es la necesidad de sentirse reconfortado y es la búsqueda a soluciones de índole personal. Es también un suspiro temporal a la economía individual cuando en programas televisivos (como el de Jerry Springer) se presentan a personas (que han cobrado un forfait) exponiendo sus agobios y desviaciones morales y sexuales que los espectadores voyeur se sienten apaciguados al comprobar que las penurias suyas son de escasa relevancia. Esto es un acto de confesión pública. Al igual que los chateos por Internet o portales como www.dailyconfession.com.

Existe también las confesiones compulsivas durante actos de torturas o confesiones extraídas por la habilidad policial. Finalmente llegamos a las confesiones médicas. Estas son la calamidad humana pues pagan para contar sus tribulaciones y pesadillas, para ser oídos y obtener la esperanza de encontrar respuestas a problemas que no tienen solución; salvo en soluciones químicas, entretanto se consuma las pastillas recetadas por el psiquiatra.

Nos queda aún el confesionario celestial con sus cortinas y rejillas que tienen como función evitar la intimación entre el confesado y el confesor. Sirve también para camuflar la identidad del confesado que expía sus pecados y obtiene el perdón de Dios sin revelar su identidad. Todo eficientemente muy aséptico y muy mágico. Y mejor todavía si el confesionario es manufacturado a la medida con reclinatorios mullidos. Confieso me gusta la comodidad. Hasta aquí llega mi confesión.