lunes, 31 de marzo de 2008

La primavera

Madrid, España

Springtime

Irrumpió anoche sorpresivamente durante una fresca madruga. La admirable gente seguía sus pasos decisivos hacia rutas ya marcadas por la certidumbre. Otros se tambaleaban por el exceso de una noche de bares. Los enamorados que sus cuerpos se fungían con besos solo se veían a ellos mismos. Nadie se detenía a la contemplación. La hora había cedido una más. Los relojes de los móviles marcaban celosamente el cambio de hora. Mi reloj de pulsera por precaución también indicaba la hora correcta 24 horas antes del acontecimiento.

Las tiendas con sus cerrojos y rejas de seguridad se protegían ellas mismas de los cambios emocionales de los habitantes de la ciudad. De cerca veía una pareja que deslizaban sus manos entre sus cuerpos. Los observaba y ellos ignoraban que eran vistos. Solo tenían fuerzas para sus pasiones. Todo lo extemporáneo era excluyente a sus propósitos. Por mi parte había dejado por fidelidad a una bella mujer de indudable extranjerismo con quien nuestros ojos se veían fijamente.

Ella al igual que yo era persona de otro como yo de otra. Nos codiciamos de mesa a mesa y ella cruzaba y abría sus piernas con la delicia de mujer deseada. Era hora de partir y sus labios se humedecieron mientras los apretaba suavemente y dejaba la punta de su lengua verse cual movía de manera frondosa frotando sus labios de color magenta. Pasé por su lado y sus ojos me vieron y los míos fueron imposibles de sortear tan intensa mirada. Nos cogimos de la mano y la bañé del agua cristalina que caía del Éufrates. El olor de su piel se desprendía cubriéndome como pétalos toda mi pasión.

La primavera había llegado.