sábado, 16 de enero de 2010

El tiempo

Barajas, España


Time travels in divers paces with divers persons. W. Shaskespeare, As You like It

Los recuerdos son como el tiempo, tienen una duración imprecisa y son tan reales como el pasado el presente y el futuro. ¿Pero puede uno atraparse en el tiempo de los recuerdos? ¿Y en que tiempo nos encontraríamos? Estas divagaciones son contenido de mi pensamiento en el aeropuerto de Madrid mientras esperaba mi vuelo que iba a partir en una hora precisa pero que la nieve impedía tal acometida. Durante horas avión alguno rodaba sobre las pistas de Barajas. Ni siquiera buses ni camiones ni coches de remolque se movían por sus vías. Era un bello panorama ver cubierto el aeropuerto de una blanquísima nieve limpia que no cesaba de caer. Ya algunas de las vías habían sido limpiadas minutos antes por los quitanieves y que con delicadeza se aprestaban sus vías nuevamente a ser cubiertas por la magia blanca que durante años escasamente caía.

Leí el reloj y sus manecillas apenas apuntaban movimiento alguno. Alrededor mío ocupaban espacio a distancia otros pasajeros que como yo estaban atrapados en un tiempo y lugar que nos trasladaría a otro tiempo y a otro lugar. Seguramente alguno de ellos me acompañarían a un tiempo más temprano que el presente. ¿O será a un pasado todavía no vivido? ¿O no reencontraremos nuevamente con nuestro pasado? ¿Es esto entonces el futuro? Otros, asumo, por la cartelera electrónica, se desplazarían a unas horas futuras marcando dos días después al que indicaba el calendario de nosotros. Y con ello obviando un día no vivido. ¿Qué sucedió con ese tiempo? ¿Es que nos hemos movido más rápido hacia el futuro? ¿Es posible movernos más rápido que una hora por hora?

Sabemos que esto no es posible pero en cambio la realidad contradice la lógica. Por ejemplo los satélites GPS que circundan la Tierra determinan la posición del usuario al comparar el tiempo entre los diferentes satélites a la misma vez engañan a sus relojes para que miden el tiempo más dilatadamente que los relojes que se encuentran en tierra. Pues de lo contrario el tiempo pasaría más rápido en los relojes que orbitan la tierra y la posición espacial del usuario estaría más adelantada que la realidad.

Aparto mi vista del disfrute invernal y veo mi reloj y siento que el tiempo apenas ha avanzado en las pistas de aeropuerto. Todo sigue igual. Nada se mueve. Aunque ahora aparento ver uno que otros pasajeros ocupando sillones antes vacíos. Mi reloj ahora marca las 11:57 horas. El vuelo programado que iba a tomar yace todavía a la hora en la pizarra, mas entre la hora que indica mi reloj y las 11:00 horas, la hora de salida del vuelo, ya han pasado casi una hora. El ajuste del tiempo luce inevitable.

En el horizonte comienza a percibirse los primeros rayos del sol. La temperatura marca dos grados centígrados. Deja de caer nieve y veo los primeros movimientos de aviones rodando sobre la pista y de grúas que retroceden las aeronaves de los puentes de embarque. Empieza a titilar como marea huracanada los horarios de ajustes a los vuelos de salida y de llegada. Mi vuelo cambia de las 11:00 horas a las 13:15. Comienza entonces la penosa espera de la incertidumbre. El tiempo se me alarga y parece no llegar con rapidez la nueva hora de salida.

Sin percatarme de mi propia impaciencia el altavoz llamó diligentemente al vuelo 069. Había pasado cinco horas de espera y apenas, me dije:” no he percibido el movimiento del tiempo.” Inmediatamente rectifiqué pues recordé lo que había expresado el cineasta Manoel de Oliveira, “el tiempo no tiene movimiento, sino que el movimiento está dentro del tiempo.” Esta frase me sirvió para comprender que en mi vuelo de 10 horas de duración se siente interminable pues no tengo referencia de movimiento. Es solamente cuando llego a destino que se me hace testimonio que me he traslado en el espacio y que el tiempo ha seguido su curso. Leo el reloj de mi teléfono móvil y marca las 17:00 horas. Son tres horas más que mi hora de embarque. Me siento desorientado y las 15 horas de viaje y de espera que mi mente computó no son sino apenas ocho horas exiguas según el reloj local. La paradoja de mi tiempo es tan real como mis recuerdos.