domingo, 10 de enero de 2010

Lago Okeechobee

Lake Okeechobee

Finalmente y sin puntualidad a que referirme llegué a la orilla sur del segundo lago más grande de los Estados Unidos, el lago Okeechobee. Es un mar de agua dulce y de un vasto horizonte que se percibe la redondez de la tierra y su soledad. No hay casi navegación y el sentimiento de navegar sus aguas es del explorador que se aventura en un inexplorado mundo desconocido. El norte, cual no llegué, cuenta la historia, está dominado por la caña de azúcar y el ganado lechero preponderadamente. Y el sur busca su vida viendo al norte.


Se ha fabricado una marina que languidece sin apenas barcos. El lago busca colmar sus aguas con embarcaciones que prefieren la libertad del océano. Pero por ahora solo ha llegado las inevitables tristes embarcaciones de autocaravanas de una sociedad que consume energía viciosamente sin amor al ambiente y contaminando visualmente el panorama de la naturaleza con su fealdad.



Me senté a percibir desde esta orilla el significado del esfuerzo humano en impedir el fallecimiento de un pueblo. Se construyó esta marina donde sus edificios y muelles no han encontrado uso todavía. Solamente a cien metros de ella se ve el pasado glorioso de este antaño pueblo. Su Burguer King, el KFC, su bomba de gasolina, restaurantes y los concesionarios Ford y GM solo son rótulos que cuelgan como fantasmas. Sus escaparates están sellados como ataúdes que momifican su pasado Y mientras el 33% de su desempleada población (que algunos estiman en un 60%) espera lo inevitable. ¿Me pregunto si Pahokee es el delicado reflejo de este país?

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