jueves, 7 de enero de 2010

La muerte anunciada

Pahokee, Florida

Finalmente y luego de varias horas por carretera en un coche que me resguardaba de la inclemencia de un frío que azuzaba con quemar los frutos de los naranjos iba cruzando en plena soledad una parte singular de los desérticos pantanos del Everglades y del Stornwater cuando llegué al anodino pueblo de Pahokee situado en la orilla más al sur del lago Okeechobee.


A ambos lados de la carretera que me conducía allí aparecía con poco esfuerzo en la lejanía grupos de grupos de casas protegidas en escamas por una serie de alambrados de púas, y que en sus patios que formaban estos lúgubres edificios, se veía merodear hombres a la deriva vestidos todos con un uniforme de color naranja. Intenté detenerme para fisgonear pero había letreros que me advertían de la ilegalidad de tal acción. Descubrí prontamente que estaba en un complejo penitenciario. Continué mi camino y llegué a escasos minutos de este desolador panorama a la calle principal de Pahokee, que resultaba una aparente máscara, pues el pueblo no podía esconder su compleja desolación ni que su ilusoria esperanza yacía en sus insignificantes aguas dulces, cuales pretendían despertarla de su letargo perdido sueño.


Pero mientras este sueño adormece entre su desanimada población que ha visto sus esperanzas fustigadas por la desidia del tiempo, Pahokee se vuelve fantasmal. La vasta mayoría de sus tiendas han desaparecido y su población languidece sin futuro prometedor. No hay trabajo para nadie. Se puede ver montones de muchachos deambulando en grupos sin Norte cierto. Ese día el sol salió tímidamente y brillaba con cierta tristeza difuminando sus rayos sin ímpetu. Ni la luna azul que acaba de brillar lograba asumir sus esperanzas. El húmedo frío que arropaba al pueblo lo sentía penetrar las entrañas de este extranjero dejando en mí el sabor de la tristeza. Es desconsolador ver la muerte anunciada de un pueblo.

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