miércoles, 3 de octubre de 2007

Historia de lo que no fue

Tumba de Simón Bolívar

Cenotafio de Guaicaipuro

El romance de Astrea y Celadón, el último film de Eric Rohmer, es de una hermosura singular, que trata espléndidamente el amor, la lealtad a sí mismo, la belleza del cuerpo y del alma. Es un filme inspirado en la legendaria novela del siglo XVII de Honoré d’Urfé. Esta película fue un punto de inflexión en el recuerdo de mi reciente visita al Panteón Nacional, al evocarme vividamente dos cenotafios, uno abierto, dónde yació el cuerpo de José Antonio Sucre, y el otro, en una espera sin fin, del indigente cuerpo del Cacique Guaicaipuro; al igual que esperaba Astrea con sus plegarias recuperar el pastoril cuerpo de Celadón para ella redimir su libertad. Esta película que recrea fabulas del siglo V de ninfas y druidas son bellos extractos de la ficción de d’Urfé. Pero crear falsos ídolos patrióticos de caciques indígenas cuyos heroísmos son de dudosa realidad -y de un entonces inexistente país- es un empeño en reescribir la historia de lo que no fue, es una ingenua fabulación. Aún mayor que la que escribió José de Oviedo y Baños, creador de la ficción de Guaicaipuro.