domingo, 20 de enero de 2008

El hombre y el dromedario

Alsisar, Rajastán

En mi segundo día en la India –aunque he tenido tanto extrañamiento que el tiempo que marcaba mi reloj no era el mismo que he sentido- rumbo hacia un pequeño pueblo del Rajastán para pasar la noche de mi primera jornada de un extenso viaje al interior de la India del desierto que viene del Pakistán y del Afganistán. Pasaba ante mí imágenes inequívocas de una India ya vista por mí en revistas y documentales, en novelas y ensayos. Me tocaba ahora aceptar o desechar la vivencia de mis imágenes hechas a medida de lo leído y de lo visto por otros. Era el tiempo de construirme mis propias imágenes.

La India rural (y la urbana no en menor medida) es esencialmente dependiente de los animales para sus labores diarias: para el transporte y para arar la tierra, para la carga y para la comida. Inclusive para lo sagrado. Esta dependencia hace de la India un país que sus habitantes conviven con sus animales. Llega a tal maridaje de compenetración que los propietarios de los animales se mimetizan el uno con el otro. Es así lo mismo con mis imágenes interiores (esas que solamente veo yo) que mimetizo artificiosamente en imágenes reproducidas. El hombre y el dromedario es una de ellas.

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