Los otoños no son como los de ayer
Una verdad incomoda se titula así la película sobre el cambio climático que Albert Gore concibió y realizó y por lo que le valió el premio Nobel de la Paz. De mayor o menor grado de credulidad se le puede otorgar a los planteamientos expresados en ella. Este film trajo como consecuencia que el debate sobre el cambio climático saliera de los confines de los científicos para colgarse en el debate público. Ha bastado sólo con ello para que las posiciones antagónicas del pensamiento único del conservadurismo arcaico arraigado en las clases dominantes afloren sus dogmas de la negación.
Sólo sé que a pesar de no dominar las ciencias me basta con mi memoria para extraer sensaciones y recuerdos visuales de tiempos lejanos. Sean éstos difuminados en el tiempo no por ello son ficciones. Sé que en noviembre de 1962 llevaba puesto conmigo un pesado abrigo. Una fotografía es testigo de ello. Pero aquí la ciencia de la climatología se encargó celosamente de conservar tales datos. Estaba para esa época a media hora de la ciudad de Nueva York. Bastaba con cruzar el puente Tapanzee para llegar a esa ciudad y encontrarme con mi futuro de hoy.
Hoy, más bien anteayer, mientras realizaba esta inusual imagen en un Madrid donde el follaje de sus árboles aún mantienen su tono verde marchito de un verano a punto de extinguirse, me encontré un toque otoñal. Y esto no es película sino un documento de un otoño que no llega sino a cuentagotas. Ese noviembre de 1962 estaba bajo un clima de 0º centígrado mientras anteayer estaba bajo 17º C. Ciencia o ficción siento los otoños no son como los de ayer.
Sólo sé que a pesar de no dominar las ciencias me basta con mi memoria para extraer sensaciones y recuerdos visuales de tiempos lejanos. Sean éstos difuminados en el tiempo no por ello son ficciones. Sé que en noviembre de 1962 llevaba puesto conmigo un pesado abrigo. Una fotografía es testigo de ello. Pero aquí la ciencia de la climatología se encargó celosamente de conservar tales datos. Estaba para esa época a media hora de la ciudad de Nueva York. Bastaba con cruzar el puente Tapanzee para llegar a esa ciudad y encontrarme con mi futuro de hoy.
Hoy, más bien anteayer, mientras realizaba esta inusual imagen en un Madrid donde el follaje de sus árboles aún mantienen su tono verde marchito de un verano a punto de extinguirse, me encontré un toque otoñal. Y esto no es película sino un documento de un otoño que no llega sino a cuentagotas. Ese noviembre de 1962 estaba bajo un clima de 0º centígrado mientras anteayer estaba bajo 17º C. Ciencia o ficción siento los otoños no son como los de ayer.
Etiquetas: Naturaleza
2 Comments:
Estimado Alejandro,
Me encanta su libro, Los Crepúsculos de la Imaginación. Sus fotos de los Tuilieries me inspiran. Estoy estudiando para mi maestria en fotografia aqui en Paris. Tengo que hacer un proyecto de intentar de reproducir fotos de un fotografo que nos gusta. Es posible ponerme en contacto con usted acerca de sus fotos?
Atentamente,
William
Hola William:
Ante todo muy agradecido por tus emocionantes palabras. Me puedes contactar por alhr@wanadoo.fr
Alejandro
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