El árbol caído
The Fallen Tree
Entre este tiempo de ausencia sin explicación he intentado en poner en orden las horripilantes memorias de estos dos últimos meses de la crisis financiera y económica que arropa a todos por desigual. El mundo se encuentra en un estado de influjos de la impotencia y de la corrupción de gobiernos y de banqueros. No he sabido todavía vislumbrar hacia dónde nos lleva este marasmo incontrolado de protección a la empresa privada con el dinero de todos mientras quienes aportan el dinero no reciben beneficio alguno directo. Los presidentes y ejecutivos de los bancos y compañías de seguro intervenidos por el Estado siguen recibiendo ingentes cantidad de dinero cómo compensación salarial, mientras sus empresas se hunden y llegan al borde del abismo de la quiebra, rescatados impunemente en el último momento por el corrupto sistema del capitalismo desenfrenado.
No por estas inquietudes he dejado de adentrarme en mi mundo de la fotografía y de la poesía. No puede negarse que cuándo el mundo rebosa los cánones de la prudencia y el sendero apunta caminos grises, el arte es la salud de la humanidad. Es también lo que con su sutileza nos hace pensar en soluciones. Nos presenta con sus metáforas y alegorías lo que no vemos a simple vista. Nos empaca el horror de la maldad y nos las ofrece con ironía. Nos hace recapacitar y volvernos más justos en nuestra valoraciones.
Tenía apenas unos días de mi llegada a Madrid –cuando leí el sugestivo artículo de Antonio Muñoz Molina, Remordimiento de los árboles, sobre la exposición del artista Miguel Ángel Blanco- luego de un extenso viaje en donde comenzó el caos de la imprudencia financiera y política y, quizás de donde provenga nuevamente la refundación de la democracia, malversada por impúdicos hombres. Durante años se conversaba en los círculos pensantes de vanguardia la inmundicia del sistema financiero actual y la maraña de este sistema en el Estado. Ambos se conjugan al unísono sin saber quién es quién, y con ello, el sistema se desarma poco a poco dejando al desnudo las mentiras del sistema y, a la vista de todos, la corrupción perpetrada a la democracia.
Miguel Ángel Molina nos presenta una exposición singular sobre árboles y que titula Árbol caído. El título conlleva una sugerencia de muerte o de la desaparición próxima. Nos presenta su obra en formato de libro o de biblioteca. Sus libros llevan fotografías o dibujos o pinturas o collage de árboles muertos donde se preserva una parte de estos árboles o de la tierra donde descansaban dócilmente sus raíces como reliquias religiosas para la posteridad y la veneración de la naturaleza. Por una parte nos muestra su belleza natural y por el otro nos muestra el ataúd de la vergüenza embellecida. Los árboles mueren como todo lo vivo pero la aceleración de la muerte de los árboles proviene de la mano sanguinaria de los hombres en busca de la riqueza extrema. La tierra se desertiza a pasos acelerados y el hambre del hombre por ocupar espacios violenta la naturaleza cercenando el pulmón del mundo.
Reconocí el impacto emocional de esta magnifica obra en mis sentimientos taciturnos. Cómo no ver que la muerte de sus árboles y los libros que acogen las virutas de sus despojos no son sino una metáfora del derrumbe del sistema social y político que hasta ahora impera en nuestras vidas. Su exuberante obra nos muestra la muerte de la naturaleza en cajas y libros que se asemejan a bellos cofres de efímeros bombones. El sistema económico colapsa y se lleva con ella a un sistema social que aún no tiene reemplazo cierto. No estamos todavía suficientemente avanzados en la profundidad de la actual crisis para pretender asomarnos a cuál es el substituto del sistema. Solo sé que el árbol ha caído y sus hojas han muerto y la euforia ha terminado.
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