lunes, 28 de diciembre de 2009

Fin de década

En los alrededores de Lake Okeechobee

"El sombrero (Mad Hatter), símbolo del perfecto egoísta...dispone de una propiedad sobre la que no tiene derecho." Nuevo elogio de la locura de Alberto Manguel

Estamos a escasos días de terminar la primera década del Siglo XXI y se nos presenta cómo diez años de vértigo y de descompostura social y política. El delicado Imperio estadounidense se decantó a principio de la década por elegir a la presidencia a un hombre que representaba lo más primitivo de la aberración humana, el político que se cree escogido por Dios y que con su cruzada del bien y del mal llevó a su país por el tobogán de la descomposición moral. Creó guerras por su propio deseo y dividió al mundo. Llevó a su país (y a su aliado inglés) a la quiebra económica y a la mayor desigualdad entre los que abundan la riqueza y los que reciben las dádivas de estos como gestos solidarios para exculpar sus avaricias. Su armada recorre los siete mares y sus ejercito y aviación se encargan de castigar con la fuerza de las balas a quienes osan de no compartir su visión y desmesuradas ambiciones.

Termina pronto una década y toca sigilosamente compartir espacio con otros que tocan a la puerta del Imperio exigiéndole entrada a cuenta de que son ellos quienes ahora financian su sueño de grandeza. El Imperio se socava y todavía no cede a compartir la mesa de las delicias. La zaranda del mundo gira torpemente y, los excesos de avaricia que hicieron tambalear los cimientos de una ideología, se aferra todavía a seguir depredando los recursos de todos para el beneficio de unos cuantos. Se entrega ingentes cantidades de dinero para salvaguardar la cultura del exceso y de la riqueza mientras a los desposeídos se les embarga su futuro y se les niega techo propio.

Amanecimos este último año de la década con la esperanza de un nuevo líder del Imperio. El estadounidense y el mundo se colgó de los sueños de un hombre que habla de virtudes reales y de la necesidad de hacer un mundo más equitativo. Hablaba de paz e incluso aceptó el premio de tal pasión humana. Se le otorga todavía el beneficio de la duda a pesar que ha fomentado desde su gobierno golpes de Estado, trastocando con ellos el sueño de la mayoría de un pueblo que vive en la miseria, para mantener el status quo de la riqueza que ostenta unos pocos. Llega a acuerdos militares para el uso de extensas bases en un continente sudamericano que estaba libre de tropas foráneas con la sempiterna y abusiva dialéctica de la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico. Cuando el objeto final tiene la evidencia de mantener en el poder a un hombre que cambia a su voluntad la constitución de su país para preservarse en el poder y para mantener a una irreverente oligarquía que ha expulsado, a causas de sus políticas, a casi el veinte por ciento de la población del país.

El nuevo premio Nóbel de la paz, hacedor de sueños y de esperanzas, se colgó su medalla y discurrió sobre qué es la paz y cómo la paz se preserva por la guerra. Terminó su discurso y envió a más de 30,000 tropas adicionales a guerrear una guerra sin sentido y sin fin propio. Sus asesores son los mismos del anterior iluminado presidente. Utilizan el mismo discurso de supremacía para mantener un orden salido de unas entrañas de un pasado glorioso y benevolente. Mas ahora el mundo desconoce este discurso y ven más allá del tamiz de la mentira. Saben que ahora guerrean para imponer una victoria inalcanzable en un país donde la miseria y la corrupción son las gesta del día. Buscan saborear una victoria que les eludirá. Mas ellos miden la victoria de acuerdo al tamaño de su hucha personal.

Llegamos al final de los primeros diez años de un nuevo siglo tal y como lo comenzamos. Nada aparentemente ha cambiado. No solo existe más miseria humana sino que todavía los pocos atesoran cada vez más la riqueza sin compartirla. Y esto lo han hecho a despensa de la misma tierra. La contaminación ambiental y sus consecuencias las perciben la humanidad y no quienes las contaminan en su totalidad. El tratado de Kyoto feneció a su nacimiento por el engaño de los contaminadores tal y como fue la Cumbre de Copenhague este mes de diciembre. China y Estados Unidos, los dos mayores contaminadores mundiales, dieron al trasto con las aspiraciones del mundo a tener un mundo ecológicamente viable. Prevaleció los intereses egoístas sobre los sanos intereses de los demás. Así es la historia de principios de siglo. Así es la historia de todos los siglos.

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domingo, 20 de diciembre de 2009

Mi tierra desconocida

Gustavo Dudamel en el Auditorio Nacional de Música, Madrid

160 días pueden resultar una eternidad o un suspiro. Mucho he recorrido y he concursado en ese tiempo que he estado ausente de este mundo digital. El traslado de mi ser durante este espacio ha sido acusador de mis fatigas personales y de mis aspiraciones. Me he trasladado entre océanos y países y he luchado con burocracias enquistadas en siglos de permanencia. Una lucha sin fin y un aprendizaje que el tiempo que recorre las manecillas de mi reloj no lo puedo acortar ni adelantar a mi voluntad.


He redescubierto que el mundo existe aún fuera de este nuevo mundo que rompe las barreras del tiempo y el vivir en diferentes tiempos de un reloj que avisa una hora y que muestra otra diferente mientras se navega en el tiempo de los duendes y de las metáforas. No sé si habré ganado en sabiduría en este tiempo de ausencia de un mundo donde aplaco mi ira al contarla y donde puedo ser yo y otro al mismo tiempo, dependiendo dónde mis letras quieran ir sin control previo de mi parte o, por el contrario, con todo el empeño de dirigirla hacia un fin ya imaginado.


Hoy asumo como mío ese fin y comienzo prudentemente al asumir un cambio no repentino ni avizorado como tal, pero si un cambio que creía era historia de novelistas y artistas que huían de sus pueblos para encontrarse con sus homónimos, pero siempre añorando la nostalgia de su terruño. No asumo todavía el destierro pues aún lo veo lejano, sino asumo más bien un sentido de permanencia, a pesar que el ir y venir a tierras lejanas y desconocidas es todavía mi horizonte llegado abruptamente hace apenas unos meses.


Por ahora me aferro a una tierra nueva que desconozco en su profundidad, al igual que la tierra que dejé es tan desconocida por mi, a pesar que vengo de sus entrañas. Es ese extrañamiento de la distancia de no pertenecer más de la tierra que dejaste y tampoco ser parte de la tierra que te da cobijo. Caigo en círculos de gente alejada de sus patrias. Unos que ya olvidaron lo que dejaron y otros que romantizan lo dejado y viven el placer del engaño feliz. Y en esta tierra descubro lo bueno de mi país y de nuevos amigos que nos desprendieron exhaustivamente del sentido de pertenencia. Y mientras vivo la alegría de lo incógnito de lo nuevo y vivo también la melancolía de mi alejada tierra sumida en el engaño de lo irreal.